El socialismo real y la violencia
El
socialismo real y la violencia
D.J.A.P.
La
vía armada como método de conquista del poder del Estado, que aún hoy es empleada
por guerrillas marxistas alrededor del mundo, no es el único medio esgrimido actualmente
por sus cultores –otra cosa es una vez conquistado ese poder-. En democracia,
al igual que ocurrió en la Alemania nazi, se puede alcanzar el poder por la vía
electoral, para una vez dominado el Estado y su monopolio de las armas, y por
tanto, de la violencia, imponer a la sociedad entera un proyecto totalitario, y
emanciparse del control democrático electoral y legal, ya que una “revolución
en proceso” no puede ser revertida ni siquiera por los propios gobernados, que
debe ser “tutelados” de sí mismos, ante potenciales desviaciones de la “conciencia
de clase”.
Desde el marxismo, se afirma que las democracias liberales también son el
resultado de un gran conflicto y represión históricas; y que no se imponen por su
bondad intrínseca o su utilidad para dirimir conflictos, que sería de un gran optimismo
antropológico (Puerta, 2021). Sin embargo, las transiciones ejecutadas sin
rupturas violentas, como la sucedida desde el fascismo español a la monarquía
parlamentaria, o de la dictadura pinochetista a la democracia chilena, demuestran
que la misma permite lograr consensos entre actores sociales, que en otro
contexto hubieran utilizado el monopolio de la violencia para la conquista o conservación
del poder.
Si el
pretendido objetivo real de la violencia empleada para producir revoluciones, no
es simplemente el poder para una casta política, sino de imponer cambios
radicales en el modo de vida cotidiano de la gente, de manera planificada y
permanente, la historia ha demostrado su gran fracaso. Al respecto Wallerstein,
en el libro "Movimientos Antisistémicos", señala que realmente ocurrieron
sólo dos grandes revoluciones en el mundo, que no fueron diseñadas, planificadas
ni organizadas, sino espontaneas: la de 1848, que trajo el parlamentarismo democrático
a Europa; y la de 1968, conocida como “El mayo francés”, que impulsó movimientos
reivindicativos de minorías. Ambas revoluciones fueron al corto plazo grandes fracasos
en cuanto a la toma del poder del Estado, pero a largo plazo superaron en
repercusión y transcendencia en la vida cotidiana, a la francesa de 1789 y a la
rusa de 1917, que sí lograron alcanzar el poder.
La transcendencia
cultural para lograr cambios permanentes, es una vía propuesta por el llamado “eurocomunismo”,
que propugna alcanzar el poder por medio de una hegemonía cultural a través del
método gramsciano, de adoctrinar a la población sobre la necesidad revolucionaria
de abolir las clases sociales y la explotación capitalista, derivada de la propiedad
privada sobre medios de producción. En este sentido, se habla de un método alternativo
no violento de conquista de la hegemonía socialista, colmando y dominando todos
los espacios sociales. Sin embargo, el concepto de hegemonía es excluyente en sí
mismo, ya que niega la diversidad y pluralidad de pensamientos como
contribuciones a la libertad individual y colectiva, y sus defensores no aclaran
qué pasaría en el supuesto de que la población, luego de ser “convencida” de
tal necesidad, rechazara sus premisas una vez experimentado sus efectos. Al
parecer la posibilidad de “regresión de lo superado”, no entra en el análisis gramsciano,
porque le resulta imposible un “retroceso” en el avance progresivo, escalonado y
fatal de la historia, que postula el marxismo. Por tanto, sólo quedaría la
represión sobre los que perdieron su “conciencia de clase”, como método para
estabilizar lo “conquistado”.
Al
igual que la abeja es la nada frente a la colmena; hablar de los derechos de un
individuo frente al todo, constituye una “blasfemia” en el socialismo real. Las
libertades ciudadanas, económicas y políticas, son sólo expresiones de las
condiciones materiales históricas, por lo que el derecho individual siempre
estará supeditados a la concreción de los intereses colectivos del proletariado
organizado para dominar, y si estos entran en contradicción, se suprimen siempre
los derechos individuales. Las personas son sólo el recipiente cultural producto
del modo de producción que determina la historia, y como tales, son recursos desechables
por el bien mayor. Por tanto, el ser humano en su concreción individual, no es
más que arcilla para producir un diseño predeterminado: el hombre nuevo, que es
incondicional a las exigencias del colectivo, que es representado por el Estado.
No obstante esa arcilla para ser procesada,
requiere de la imposición desde la fuerza para lograr amoldarla. Es por ello
que el marxismo le otorga prioridad a la violencia como epicentro de las
transformaciones sociales, y suele coloca en el lugar subalterno a la formación
educativa, posiblemente por considerarla reformista, es decir, de
transformación paulatina y pacifica mediante la educación. Pudiera ser esa la
causa que es más exitosa derrocando gobiernos que construyendo modelos
alternativos de sociedad (Fernández, 2021). En ese sentido la Tercera Tesis sobre Feuerbach de Marx expresa:
"La teoría materialista de
que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que,
por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y
de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que
hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser
educado. Conduce, pues, forzosamente, a la división de la sociedad en dos
partes, una de las cuales está por encima de la sociedad (así, por ej., en
Roberto Owen). La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la
actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica
revolucionaria." (Marx, 1969:1).
Los
docentes, al igual que los juristas y sacerdotes, son categorizados como clase pequeña burguesa que reproduce la
cultura de dominación de la superestructura capitalista. Son enemigos
circunstanciales de clase, que luego de la transformación revolucionaria, pasan
a formar parte de la superestructura emergente para replicar la nueva cultura
revolucionaria. Por ello, no son protagonistas iniciales de la transformación,
junto con la clase obrera y campesina, sino sus enemigos. En este orden de
ideas, Marx critica a los socialistas utópicos, acusados de “reformistas”,
porque rechazaban la violencia política y la ruptura traumática revolucionaria
del orden prestablecido, sino que abogaban por la transformación desde las
bases comunitarias, a través de formas productivas alternativas como las
cooperativas y mutualidades.
Sería
necio negar que muchos de los conflictos sociales requieren de acciones de
fuerza para lograr una solución, cuando las vías de negociación y acuerdos están
cerradas. Sin embargo, pensar que el mundo se puede entender exclusivamente en
base al conflicto permanente, en una relación jerárquica entre dominantes y dominados,
y que la violencia es el germen de la historia, es negar una realidad mucho más
compleja del mundo, donde la razón no la tiene siempre quien tenga la mayor
cantidad de divisiones blindadas, o habla desde la boca humeante de los
fusiles. El consenso pluriclasista, la negociación y armonización de intereses,
es posible, dentro de la doctrina socialdemócrata, que sin negar la existencia de los conflictos
de intereses, rechaza considerar que la imposición violenta de una de las
partes, sea la única vía posible para solucionarla.
Referencias:
FERNÁNDEZ Gustavo (05 de febrero de 2021). Discusiones
sobre stalinismo y democracia. Red social Facebook.
MARX, Karl (1969) Tesis sobre
Feuerbach. Ediciones Caldén. Buenos Aires, Argentina.
PUERTA, Jesús (05 de febrero de 2021). Discusiones
sobre stalinismo y democracia. Red social Facebook.
WALLERSTEIN, Inmmanuel y otros (1999). Movimientos
Antisistémicos. Colección: “Cuestiones de Antagonismo”. Ediciones AKAL. España.
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