El socialismo real y el problema del poder

 


El socialismo real y el problema del poder
D.J.A.P.
 

     El poder en la presente reflexión, es entendido como la capacidad de modificar la realidad, incluso mediante la imposición coactiva sobre los hombres, que posee la representación de la población políticamente organizada en un determinado territorio, donde ejerce soberanía, es decir, el poder político para gobernarse sin interferencias externas. En este sentido Hobbes (1981) expresa que el mayor de los poderes para un hombre, es el derivado de su unión con los otros. Es por ello que el poder soberano, que es adquirido por la fuerza que se obtiene de la unión de los hombres, motivados por el temor a la muerte o la esclavitud, delega la tutela sobre sus vidas y libertades, a un ente externo, que es el Estado.

     Si los partidos políticos se entienden como organizaciones cuya vocación natural es la búsqueda del poder, en los espacios institucionales dentro del Estado, habría que valorar que todo pensamiento político cuya estructura se cimenta en la superioridad moral de una religión, nacionalidad o religión en particular, que se atribuye monopólicamente el derecho y el deber de dirigir a la sociedad entera, se debe entender en términos de “facción”, y es por tanto, en esencia, fascista (Fernández, 2021). Se trata entones de que existe un totalitarismo intrínseco en la doctrina de algunos partidos políticos, que se desarrolla en regímenes tan aparentemente dispares, como el fascista, el comunista, o el teocrático.

     En este sentido, incluso en el ámbito religioso se observa este fenómeno, ya que ninguna religión prevalida del poder político para imponerse y llevar al ostracismo al resto de religiones, se salva del calificativo de tener un fundamento totalitario. Por ejemplo, el mismo catolicismo en la era de la "Extra ecclesiam nulla salus" o “Fuera de la Iglesia no hay salvación”, tuvo una etapa de poder político que llevó al vaticano a realizar las cruzadas y la santa inquisición, siendo en el siglo XX cuando se abrió al diálogo interreligioso y el ecumenismo (Fernández, 2021). Pero en pleno siglo XXI aún se observa esa vocación política totalitaria en diversas religiones, como en el Islam, con la beligerancia armada de movimiento terroristas como el “Estado Islámico”, y el régimen teocrático iraní, fundado en el islamismo chiita. Es por eso que surge el principio del carácter laico del Estado, que se crea no sólo para afianzar la libertad de culto, sino como mecanismo para evitar la influencia directa de la religión en asuntos del poder político, por su vocación de dirigir la vida moral de la sociedad.

     En el caso del fascismo, la nacionalidad resulta ser el factor aglutinante y diferenciador con respecto “al resto” de las sociedad, siendo una condición que vincula inexorablemente a las personas a la noción “patria”, o de pertenencia a una determinada comunidad y territorio, convirtiendo a quienes abrazan ese sentido del deber patriótico, como los llamados moralmente a determinar los destinos de la sociedad entera. Eso implica, por supuesto, la lealtad incondicional al partido y su líder histórico, que deben monopolizar el poder sobre la nación entera, ya que la defiende de los “apátridas” o “enemigos externos”, que procuran evitar su destino manifiesto. En ese sentido, existen diversas expresiones del fascismo; existiendo en algunos casos, la identificación de la nacionalidad con la condición racial, como pasaba en el nacional socialismo alemán, o incluso hibridaciones, como el nacional catolicismo español, donde una religión formaba parte de los elementos identitarios  de la nacionalidad.

     Ahora, cuando ya no es la nacionalidad, ni la raza, ni la religión, sino la clase social, la categoría colectiva aglutinante y excluyente de la cual se vale el totalitarismo, estamos en presencia del socialismo real. En este sentido, con respecto al tema del poder, el socialismo real se centra doctrinariamente en el tema de la conquista, ampliación y conservación del poder, bajo la pauta de la colectivización de la propiedad de los medios de producción; atendiendo a su lógica dialéctica, es decir, a la reducción del mundo social a la relación de dominantes y dominados. No obstante, poco se ocupa del sistema de gestión política del poder para con los administrados una vez “conquistado” ese poder; diluyendo ese tema en un devenir natural que debe encarar la clase obrera organizada, cuya “conciencia colectiva de clase” se encargaría de corregir en la marcha, las posibles desviaciones y excesos de la dirigencia contra la población trabajadora, la cual harían en el peor de los casos, “una revolución dentro de la revolución” para solucionarlo. Tal creencia ha demostrado tener poca o nula eficacia ante la evidencia histórica sobre el ejercicio del poder “en revolución”, donde los derechos individuales quedan supeditados a los intereses de un supuesto “sujeto colectivo”, que son determinados arbitrariamente por la “vanguardia revolucionaria”, constituida por una casta dirigente que monopoliza el poder.

     En ese orden de ideas, el socialismo real desconoce la legitimidad de la democracia liberal como sistema de gobierno, fundamentándose en que la misma es parte de la superestructura de dominio de clase de la burguesía y del modo de producción capitalista, es decir, pensando exclusivamente en los actores sociales como sujetos colectivos de clase, en confrontación permanente por el dominio en la síntesis dialéctica. Con ello invalida componentes de la democracia liberal, como el sistema de mecanismos de control y equilibrio de poderes, ideados por los contractualistas en la era de la ilustración, como Locke, Rousseau y Montesquieu. Dichos mecanismos tienen una razón práctica de existencia, ya que la estructura vertical del Leviatán de Hobbes: el Estado, representa una organización especializada y compleja, que en consecuencia estaría sometida a la fatal “Ley de Hierro de la Oligarquía” de Michels (2008), la cual preceptúa que es inevitable el surgimiento de un oligarquía dirigente que atienda a su propios intereses de poder, dentro de toda organización especializada y compleja. En ese sentido, cuando el Estado es controlado por un partido hegemónico que colma todos los espacios de la vida social; con vocación de imponer un pensamiento único excluyente; sin un Estado de derecho que vele por los derechos individuales al punto de que puedan rivalizar o anteponerse a los del todopoderoso Estado; con ello sólo se logra facilitar la sustitución de una oligarquía por otra, con el agravante que la emergente no tendrá límites para atender sus propios intereses de poder y privilegios en desmedro del resto de la sociedad.

     Es menester mencionar el contexto histórico de donde surgieron las ideas marxistas que fundamentan al socialismo real, en el cual imperaban como formas de gobierno monarquías absolutistas y caudillos militares de todo tipo, y las democracias como la estadounidense eran apenas experimentos anómalos de dudoso futuro. En consecuencia no era de extrañar que el tema de la gestión democrática, fuera de poco interés para los doctrinarios del socialismo real, y la misma se redujera a una simple ilusión que encubría la dominación de clase subyacente. Por eso se dice que el marxismo es un producto de su tiempo, y es forzado traer sus ideas y percepciones vetustas de la política a las realidades del siglo XXI; aunque algunos intentan al día de hoy imponerlas como verdades absolutas.

     Como ya se mencionó, el socialismo real o marxista, denuncia a la democracia liberal por esconder, disimular y justificar la dominación de clase, ya que los controles de la democracia no resuelven ni disuelven esa dominación (Puerta, 2021). Sin embargo, resulta hasta ahora el mejor de los sistemas de gobierno posibles, ya que a pesar que no logra suprimir las contradicciones entre las clases sociales, procura atenuarlas o al menos canalizarlas, permitiendo que se diriman en espacios pacíficos mediante negociación y acuerdos. Igualmente legitima a la representación política ante el Estado y las leyes que emanan del mismo, contribuyendo a la paz social bajo un Estado de derecho, sin caer en la constante represión para mantener el orden social. Ahí es cuando surge la socialdemocracia, como ideología política, económica y social, que se antepone al socialismo real, porque a diferencia de éste, procura armonizar la democracia con la justicia social, aceptando el pluriclasismo y la propiedad privada como consecuencia necesaria de la libertad individual, pero atendiendo desde el Estado las necesidades básicas de la población como la educación y la salud, como derechos humanos inalienables, por la vía del Estado de Bienestar, que permita la movilidad social mediante la igualdad de oportunidades. Es por ello que se enfrenta al socialismo real, que niega toda posibilidad de armonizar intereses contrapuestos de clase sin caer en la relación de dominación, que inevitablemente deviene en totalitarismo. Y es por ello, que para los socialistas reales, los socialdemócratas son sus enemigos a vencer, porque son “reformistas traidores de su clase”, por proponer como posible, alcanzar la justicia social en la democracia liberal.

 

Referencias:

FERNÁNDEZ Gustavo (05 de febrero de 2021). Discusiones sobre stalinismo y democracia. Red social Facebook.

HOBBES, Thomas (1981) Del Leviatán. Publicaciones Cruz O.S.A. México.

MICHELS, Robert  (2008) “Los partidos políticos. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna”. Amorrortu Editores. España.

PUERTA, Jesús (05 de febrero de 2021). Discusiones sobre stalinismo y democracia. Red social Facebook.






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